viernes, 29 de abril de 2016

Lilium



La primera vez que vi Elfen Lied debía tener quince o dieciséis años. La serie como tal me agradó; hasta el momento había visto ya una buena cantidad de anime (no la enorme cantidad que he visto al día de hoy, pero sí bastante) y me pareció uno de los buenos que había visto hasta el momento. La serie como tal es algo… particular, por llamarla de algún modo (al menos para quienes no están acostumbrados al género). Contaba con un buen número de características reconocibles y comunes para el anime en sí, pero tenía unas pequeñas diferencias que la hacían especial, o al menos yo veía ciertas diferencias que la convertían en una pieza particular de la animación japonesa. Supongo que en aquel momento el resto de las personas también las encontraban, porque era una de las favoritas y de las que más sonaban cuando se empezaba a hablar del tema. Sin embargo, ahora no cuenta con la misma reputación; supongo que se ha vuelto muy común, muy mainstream, como la llaman ahora casi todos los que la mencionan. A pesar de la opinión pública, tengo un buen recuerdo de ella, y me sigue llamando la atención por las cosas que encontré personalmente. Uno de estos encuentros personales es precisamente el opening: Lilium.

Lo primero que me llamó la atención fue la música. La melodía aún da vueltas en mi cabeza cuando entro en esas tardes lluviosas en las que a uno le da por acordarse de la adolescencia y de las cosas que lo marcaron para toda la vida. Pero la melodía no era sólo el ritmo, la melodía tenía una letra y la letra estaba en latín y su significado era hermoso. Algo más o menos así:

Lilium/Lirio
                                 Latin                                                           Español

     On iiusti meditabur sapientam                                La boca del justo meditara sabiduria
     Et lingua eius loquetur ludicum                              Y su lengua dictara un juicio
                                             (De Salmos , 27,30 - Os Lusti)
    Beatus Vir Qui Suffert Tentationem                      Dichoso el hombre que soporta la tentacion
    Quoniam cum Probates                                        Pues tras ser probado  
    Fuerit acipiet coronam vitae                                  Recibira la corona de la vida
                                            (De la Epistola de Santiago 1-12)
   Kyrie, Ignis divine, Eleison                                     Señor, fuego divino, ten piedad
                        (Kyrie Eleison, traduccion latina del Κύριε ἐλέησον Griego)
   O, Quam Sancta, Quam Serena                            Oh, cuan santa, cuan serena
   Quam Benigna, Quam Amoena                             Cuan benigna, cuan hermosa  
   O, Castatis Lilium                                                  Oh, Lirio de la Castidad
                                        (Del Aves mundi Spes Maria)

La letra estaba compuesta de diversos pasajes de la biblia y cantos religiosos y, para aquel entonces, era algo que yo necesitaba desesperadamente. Pero no se trataba solamente de la melodía. El opening completo era algo que me obligaba a sacudirme más que un poco, era una unidad entre música, letra e imagen.

Tengo que reconocer que en ese momento de mi vida no sabía mucho del tema (aún no sé demasiado de todas formas), pero las imágenes que se arrastran junto a la melodía en la canción, son representaciones de diferentes obras del pintor austriaco Gustav Klimt. No puedo estar segura del por qué se usaron sus pinturas como referencia para las imágenes del anime, pero sí puedo asegurar que lograron sacudirme desde el primer momento en que me encontré con ellas.

La Satisfacción

Retrato de Adele Bloch-Bahuer I

Retrato de Mada Primavesi

Las tres edades de la mujer

El beso

Serpientes acuáticas

Danae

El contraste del opening con el contenido de la serie era bastante fuerte. Elfen Lied trata, hasta cierto punto, de la extinción de la raza humana, o al menos del intento de los diclonius (una especie exclusivamente femenina que busca reproducirse mientras reduce la población humana hasta el mínimo para apoderarse del planeta) por conseguirlo. El anime en cuestión se desarrolla como una animación rápida que contiene una gran cantidad de escenas violentas. Sin embargo, eso no es todo lo que hay allí y Lilium lo deja claro desde el principio.

La línea central de la historia gira en torno a Lucy, una diclonius que escapa del centro de investigación en que el gobierno japonés la mantenía cautiva. Debido a la conmoción del escape, Lucy genera una doble personalidad que esconde su lado diclonius, anulando el instinto de acabar con la humanidad. La chica es acogida entre humanos y se adapta a una vida diferente, aprendiendo sus costumbres y creando lazos con las personas. Esta nueva personalidad entrará en conflicto con su primera naturaleza, que pugna por recuperar el control.

Lucy es la chica que retrata el opening en la mayoría de sus imágenes, la modelo que se usa para reproducir las obras de Klimt. He de reconocer que nunca he sido demasiado buena para realizar críticas de arte, no me permito asegurar si era esto o aquello lo que el artista estaba intentando retratar en sus obras, aunque sí puedo intentar explicar qué causaban ellas en mí.

Para el primer momento en que me encontré con Elfen Lied no sabía quién era Gustav Klimt y no pude reconocer la obra con la que Lilium daba apertura a la serie. Había algo en mi cabeza que intentaba encontrarle un puesto a aquellos colores brillantes y a la muchacha abrazada por ellos, pero no terminaba de encontrar el lugar concreto. “¿Dónde la había visto antes? ¡Estoy segura de que ya la había visto en alguna parte!” Mi cabeza intentaba hallar a toda prisa la referencia apropiada para lo que acababa de ver, pero no lo conseguía, sólo me despertaba sensaciones de familiaridad y extrañeza al mismo tiempo. Alberto Manguel habla en su texto de dos opiniones acerca del conocimiento que son realmente similares, aunque se formulen de una manera diferente: por su parte, Platón piensa que todo conocimiento es sólo recuerdo y, para Salomón, toda novedad es sólo olvido.

¿A qué se debía aquella sensación apremiante de reconocer la imagen de Lucy en algún otro lugar, almacenada en algún otro compartimiento de mi memoria? ¿Se trataba sólo acaso de que en algún momento ya me había topado con la obra de Klimt y la recordaba? ¿O se debía en realidad a que aquella imagen había nacido conmigo, memoria de generaciones, y ahora sacudía el nervio de los recuerdos? No estoy demasiado convencida de que ver la obra “La satisfacción” del pintor austríaco me hubiese causado la misma sensación que me despertó aquella Lucy representación de la representación original. Pero esta inseguridad tampoco es razón suficiente para afirmar que el conocimiento no es, en realidad, reconocimiento.

Si la obra de Klimt no me causa una sensación semejante, se debe precisamente a que yo misma estoy compuesta por imágenes y que de esas imágenes compongo mi mundo. “La satisfacción” no podría haber cobrado el mismo significado para mí porque, dentro de mi construcción personal de mundo, no habría podido encontrar muchas cosas que sí encontré en la Lucy sumergida en espirales doradas. Pero cómo, por Dios, ¿cómo puede una imagen de una caricatura despertarme sensaciones más fuertes que una obra clásica del arte? ¡Herejía!

En la obra de Klimt encuentro sensaciones similares a las que se despiertan cuando observo a Lucy, pero no puedo reconocerme en ella. Tal vez ahora pueda verla un poco diferente y halle cosas que antes no pude, pero en aquel momento la obra de Klimt me parecía fría, distante, opaca; mientras que Lucy, para mí, era hermosa. Hermosa y triste. La chica cuyo cabello rosa le caía hasta los pies me sacudía por dentro, porque en ella yo no veía la paz que ahora puedo encontrar en “La satisfacción”, incluso cuando percibía cierta calma en ella, sentía angustia, sentía pena, sentía una desesperada necesidad de aferrarse al tejido dorado para no perderse entre las espirales que lo llenaban todo. Lucy no descansaba en los brazos de su amante, agonizaba en ellos, se aferraba con la poca fuerza que le quedaba, a pesar de que incluso allí se sentía insegura, se sentía extraña y ajena a todo lo que la rodeaba, porque no era parte de ella, porque no podía fundirse con ello.

Hay algo que separa a Lucy de la mujer de “La satisfacción” inevitablemente: está desnuda. La mujer de la obra de Klimt lleva un vestido de flores que le entrega una capacidad de camuflarse con todo lo que la rodea, mientras que Lucy se encuentra indefensa, sin nada que la oculte del mundo. A diferencia de la mujer de Klimt, que se encuentra en paz con lo que la rodea, Lucy no puede encontrar sosiego. Incluso envuelta en los brazos de su amante, Lucy se siente juzgada por los miles de ojos que se esconden entre los pliegues dorados del mundo que habitan. “La satisfacción” está hecha de espirales, así como la imagen de Lucy en Lilium; sin embargo, las espirales de Lucy ocultan miradas.

No puedo saber si la trama del vestido del hombre en la obra de Klimt pretende esconder ojos o no; el estilo simbolista es algo sumamente complejo y la interpretación depende en un grado demasiado alto de lo que pueda ver el sujeto que interpreta la obra, por lo que no puedo simplemente asegurar cuál era la intención, a lo sumo puedo realizar ciertas aproximaciones. Y es desde éstas desde las que me es posible encontrar el contraste entre vestido y fondo: las espirales del cuadro de Klimt no esconden más que curvas, mientras que el fondo (el mundo) de Lucy está plagado de ojos. No importa con cuanta fuerza se aferre a su amante ni qué tanto intente esconderse, Lucy se siente juzgada invariablemente porque no hace parte del mundo que la rodea: Lucy no es humana y no puede esconderlo por siempre. Su naturaleza está desnuda ante los ojos de la persona que ama y de un mundo que no es el suyo, y por ello es juzgada constantemente.

¿Quién es Lucy? ¿Cuál de las dos Lucy que habitan su cuerpo y su mente es la Lucy real? ¿Es verdaderamente justo hacerse esas preguntas? Después de todo, ¿cómo es posible afirmar que una de las personalidades es más real que la otra? Ambas la habitan, ambas la conforman, ambas se sienten llamadas por algo y actúan en consecuencia a ello.

La chica del cabello rosa está encerrada en una imagen con la me topé por 23 segundos. Lucy pasó por la pantalla de un computador durante menos de medio minuto y a mí se me encogió el pecho como si ya la hubiese visto sufrir y amar y vivir, aunque ella misma tampoco fuese real, aunque sólo fuese un personaje de una historia que jamás habitó la corporeidad del mundo. Pero yo sí que la habité, yo sí que hago parte del mundo y de lo que considero real. Y Lucy, Lucy era un espejo para una chica de quince años que se sentía desnuda ante un mundo que aún hoy le es desconocido.

miércoles, 6 de abril de 2016

Noche Rojo


Noche, noche rojo, noche hecho de gotas de café y de rocío de clavel
álzame en tus brazos y sumérgete en mi piel.
Sosténme tiernamente entre tus cabellos azabaches
y duérmete tranquilo sobre mis níveos valles.

Noche tan tranquilo y agitado,
¿qué te dicen los suspiros que se escapan de mis labios?
Acaso si aún respiro lo hago sólo por tu aliento
que acaricia mis lamentos mientras se unen con el viento.

Agonía deliciosa de la noche siempre roja,
descendiendo dulcemente de la cordura me despojas.

Se hace, pues, el delirio lo único real
que queda entre las manos del momento intemporal.

Así me pierdo lentamente entre tus lunas para siempre
alimento suficiente hasta la hora de mi muerte.

Tránsfugas




De espaldas a la noche, con la cabeza gacha y la sonrisa apenas apagada por el miedo, su silueta se recortaba contra el marco de la ventana. Era hermosa, la noche. ¿Y ella? Ella podía opacar las estrellas que comenzaban a encenderse con sólo abrir sus ojos.

Él, sobre la cama, con la cabeza entre las manos, recordaba cada momento con un estremecimiento. No se atrevía a mirarla, apenas si se atrevían, los dos, a soñar en silencio. Pronto sería tarde, se les iba agotando ya el tiempo, y vendría ahora la luz a reprocharles lo que, bajo el cobijo de la paciente luna, habían hecho. Pero, incluso si los vidrios a sus pies ya no podían ser unidos, todavía podían moverse entre las sombras, como dos fantasmas que recorren lo que habitaron alguna vez.

...

Cinco pisos de altura era una distancia insuficiente para escapar del miedo, y su alma ya se había escondido hacía mucho entre los pliegues de sus sueños. Para entonces era ya imposible detenerla, se había puesto a escribir como si no hubiese tiempo, como si no hubiese dolor ni pena.

Ni culpa.

Sentía como la locura se elevaba sobre las nubes y llenaba su cuerpo, su mente, sus sueños. El dolor no era nada comparado a la calidez que se extendía por toda su piel. La pena de abandonar (matar) un amor un tanto incierto, era tal vez muy pequeña comparada con el río de gozo que estallaba en su interior. La culpa... La culpa la envolvía con fuerza y le apretaba el pecho hasta casi asfixiarla. Su alma lloraba en silencio y reía por igual. Se sentía como una pequeña muñeca de trapo, abandonada a un destino demasiado joven e impulsivo.

Las sábanas, cubiertas de sudor y sangre, la miraban con reproche. ¿Quién era ella para quebrar en tantos pedazos los sueños de un alma que no le pertenecía? ¿Qué excusa podía ser afirmarse una y otra vez que ésta se había extraviado hasta perder la cordura (aunque jamás lo suficiente para soportarla y mantenerla)?

Calla, no es justo.

Pero lo era. Sabía que lo era. ¿Qué había hecho él por ella además de envolverla con sogas de seda y enseñarle a soportar, incluso desear, el dolor?

Calla, no era eso lo que él deseaba.

Era cierto. No era lo que deseaba, pero era lo que era. Lo que siempre había sido, lo que era cada uno de ellos de pie en esa esfera de miseria. Menos él, frente a ti.

¡Basta! ¡No sueñes con otro!

Ya no estaba segura de cuántas veces lo había intentado. Había querido morirse de alguien, pero jamás había encontrado a quién querer tanto. Uno y otro, y otro más. Todos acababan igual, exánimes a sus pies, con ese amor ponzoñoso regado por la habitación, rojo, muy rojo, muy muerto.

Y ella, ella los observaba en silencio, con lágrimas mudas, cargada de culpa, pero aún aferrando el gatillo con fuerza, sintiéndose sola, muy sola. Pero esta vez no. Esta vez sólo se aferraba con fuerza al marco de la ventana, sin levantar la cabeza y sin atreverse a mirarlo, porque esta vez no había sido ella quién había jalado el gatillo. Habían sido ambos.

Y a sus pies se encontraba un recuerdo borroso e inerte. Jamás podría volver a tener lo que ella le había entregado, jamás sería suyo de nuevo y esta vez la muerte no había venido veloz, sino lenta, muy lentamente, para esa pequeña alma que aún recorría la espiral descendente en la que se había convertido la tarde, mientras ella, cargada de culpa, giraba hacia arriba y lloraba. Y reía.

-No. Calla. No pienses. Dame sólo esta noche. Démonos sólo esta noche, para soñar, para entregar esos sueños a la locura. No llores más, ven.

Las luces en la ciudad comenzaban a encenderse, mientras sus sollozos se apagaban poco a poco, mezclándose con el viento que se colaba por las celosías.

Lo miró con la boca entreabierta y los ojos perdidos, rojos y cubiertos de lágrimas. Viajó hacia sus brazos, una distancia casi infranqueable entre el dolor y la esperanza. Pero viajó tratando de encontrar el sosiego que había perdido cuando supo que el mundo se desmoronaba a sus espaldas.

Una noche, eso era todo lo que le pedía. Sólo una noche para recorrer los callejones del sueño y abrazarse a la luna con fuerza, aferrarse al frío que calmaba el dolor. Una noche para olvidar lo que ambos habían hecho o tal vez para asirse a ello sin culpa, con orgullo.

Un simple salto, una distancia insalvable, ser cómplices en aquella huida de un mundo que ya no tenía sentido.
Promesas, tantas promesas y sueños.
Sus manos sobre su cuerpo, el gatillo en suspenso, la respiración entrecortada, el alma alzándose en vuelo.
Una noche para olvidar la traición a la pena que se había impuesto, para olvidar el amor que los había deshecho.
Una sola noche, por fin, para saltar al vacío, para sentir el vértigo de caer, de estar juntos y no arrepentirse.



Ella se separó de la ventana con lentitud temblorosa. Mientras el sol dejaba caer los últimos rayos sobre su cuerpo desnudo, las lágrimas se desvanecían poco a poco, a la vez que su piel recuperaba la calidez. En sus pupilas bailaba de nuevo esa pequeña luz que nunca se marchaba y que no desaparecería jamás, a pesar del dolor y la pena. La luna ya se alzaría pronto para acunarlos a ambos en el sueño despierto de la noche.

-Y ahora... -él extendió sus brazos para recibirla con ternura, con encendida ternura- Prométeme que si no morimos, buscaremos otro país, veremos otra luna, tendremos otros nombres, te reirás de nuevo y tendremos una barca frente al mar.

"...Frente al mar..."

miércoles, 9 de marzo de 2016

Con-su-mismo Marrano


Artista: Kevin Nishijima
Nacionalidad: Japonés/Estadounidense
Edad: 26 años

"Con-su-mismo Marrano" es una obra que busca plasmar la realidad capitalista y consumista que ha invadido hasta el mismo corazón de nuestros hogares: los niños. En forma de los héroes favoritos de nuestros pequeños, la "cultura" consumista se ha adueñado de todos los rincones de nuestra cotidianidad. Desde Canadá hasta Australia, pasando por Estados Unidos, América Latina y Asia, las pequeñas figuras de juguete se reproducen en nuestros hogares sin que podamos evitarlo, llamadas por las voces de los pequeños que no pueden saber lo que hay tras la inmensa industria del merchandising.
La obra se realiza en un hogar colombiano, donde se le pide a un niño de cuatro años que elija los últimos juguetes con los que ha jugado para añadirlos a la obra. A partir de esta elección, se ve la manera cómo la cultura estadounidense está presente en todo el mundo, posicionándose por encima de las tradiciones y la cultura del lugar.

Kevin Nishijima estudió un pregrado en Sociología en la Universidad de Massachusetts y una maestría en artes en la Universidad de New Jersey, hijo de un inmigrante japonés y una mujer estadounidense, Kevin creció en medio de dos culturas distantes con puntos de convergencia que lo llevaron a estudiar Sociología en un primer lugar. Deja sus estudios por un par de años para recorrer América Latina como "mochilero", regresando a su país natal cubierto por una estética colorida que decide desarrollar ampliando sus estudios con una maestría en artes.
Sus experiencias lo llevan a trabajar una fotografía crítica y colorida que buscar plasmar críticas de la sociedad globalizada.

"Con-su-mismo Marrano" hace parte de la exposición "Costumbres perdidas", que presenta numerosas fotografías en tres ambientes diferentes: Estados Unidos, Japón y Latinoamérica, donde se realiza una crítica a la manera en que las costumbres de las diferentes culturas se pierden en medio de la globalización excesiva.

martes, 1 de marzo de 2016

¿Sinestesia?


Sinestesia:

1. (Biol) Sensación secundaria o asociada que se produce en una parte del cuerpo a consecuencia de un estímulo aplicado en otra.
2. (Lit) Figura retórica que consiste en la atribución de una sensación a un sentido que no le corresponde.

El concepto se explica a sí mismo. Haber creado una definición para tal sensación es más que suficiente para las explicaciones que podrían dársele.

La sinestesia está presente en el arte desde sus comienzos. Intentar expresar un sentimiento por medio de notas musicales o trazos sobre un lienzo va mucho más allá que simplemente nombrarlo. La pena, el terror o la dicha son más que llanto o sonrisas, son sensaciones porque se sienten, no se racionalizan, no se explican. El arte es el vehículo del sentimiento porque no podemos abarcarlo en un registro académico, porque no podemos explicarlo con las expresiones comunes, porque no basta dibujar hombres sonriendo para expresar la felicidad, ni basta con escribir "se encontraba muy triste" para expresar el dolor o la pena.

La definición de sinestesia es simple, es sencilla, es comprensible, pero quedarse en ella es cometer un error. La sinestesia no puede explicarse, la sinestesia tiene que sentirse, y para sentirla es necesario vivirla, es necesario encontrarla, como al arte -porque es parte innegable del mismo-.

Pero, entonces, ¿cómo interpretarla? ¿Cómo interpretar algo que no se explica sino que se siente? Es simple, no se hace. Basta con la explicación más sencilla, la que se refiere al significado más obvio, al que no tiene que elaborarse, al que simplemente existe por mero sentido común. Lo demás, hay que tragárselo.

En el momento en que comenzamos a buscar una interpretación más allá del concepto, lo transgredimos, transgredimos su esencia y lo convertimos en algo burdo, mundano. Pero esto también puede pasar, de cierta manera, a partir del arte. No sólo la interpretación puede destruir una obra otorgándole un exceso de significado, sino que una obra puede destruir lo que quiere decirse cuando lo que hace es deshacerse de la interpretación interna, del encuentro íntimo con la obra, para intentar entregar una explicación explícita de lo que trata de comunicarse.

Comprender una obra no es lo mismo que interpretarla. Comprender una obra es algo personal a lo que se llega a partir de un vínculo que se forma entre la obra misma y la persona que la recibe. La creación de éste vínculo es lo que le da validez a la obra. Si para expresar la tristeza y el olvido no basta con plasmar lágrimas sobre el lienzo, se vale pintarlo todo de azul y dibujar una casa en ruinas en medio de las montañas escarpadas, con un muñeco de felpa abandonado e invadido por el moho. Más aún, no sólo se vale hacerlo: es necesario. El arte falla cuando tiene que volverse explícito para que el espectador lo entienda. Synesthesia falla cuando la única manera que logra para comunicar el significado del concepto es copiándolo y tranformándolo en imágenes.

La sinestesia es un recurso artístico y, para comprenderla, no basta con reproducirla, sino con producirla. El momento en que los recortes de palabras toman forma de alimento, la sinestesia se hace presente sin necesidad de recurrir al significado directo, pero en el momento en que el chico saborea los vinilos para luego decir un color en voz alta, la idea de sinestesia pierde todas las sensaciones que pudo haber despertado en el espectador.

No puedo ir más allá de mi encuentro con el cortometraje, no puedo interpretar su significado más allá de lo obvio: la sinestesia es una figura retórica que consiste en la atribución de una sensación a un sentido que no le corresponde. El nivel del comprensión que alcancé a compartir con la obra alcanza solamente a un aspecto primario, lógico, más no sensible.

¿Qué más puedo decir? Que la obra, desde mi encuentro con ella -que es realmente de lo único de lo que puedo hablar con certeza-, falla en el momento en que se desarrolla y plasma como una interpretación del concepto, en lugar de una expresión del mismo.

viernes, 29 de enero de 2016

El dolor necesario


Los días pasan y la novedad se va perdiendo, nos vamos olvidando de las impresiones fuertes y, aunque las fronteras se han abierto un poco más, Aylan Kurdi sigue muerto.

¿Qué queda tras la muerte del pequeño niño kurdo? Poco más que desazón y la reafirmación de la cuasi-certeza de que la humanidad ha fracasado en su intento de comportarse humanamente. La muerte de Aylan no ha hecho más que recordarnos que caminamos de manera inconsciente, sin ir a parar a ninguna parte en concreto, revolviéndonos en nuestros errores.

Y, tal vez, lo más difícil de procesar es que no es precisamente la muerte del niño lo que ha sacado el peor lado de nosotros, sino la cuestión acerca de la fotografía misma. La crisis de refugiados y la guerra en Siria son realidades terribles que afectan a miles de personas, pero guerra ha habido siempre, lo mismo que política, tan sucias y tan necesarias como se quieran nombrar. La muerte de Aylan no ha hecho más que poner de manifiesto la existencia y las problemáticas de ambas, podemos decir que incluso ha conmovido a los más herméticos y despistados. Sin embargo, la fotografía como tal ha develado el lado morboso, crudo y cruel de otros muchos, menos susceptibles a lo que podríamos denominar el “sentimentalismo”.

¿Tomar o no tomar una fotografía? ¿Publicarla o no publicarla? Fuera de que alguna de estas posibilidades esté bien o esté mal, hay que pensar en los por qué. ¿Hasta qué punto tendríamos que haber llegado para que la primera impresión al ver un niño muerto en la playa sea la de disparar el obturador? No conozco a la mujer que capturó la imagen, ni estoy al tanto de sus razones, pero para llegar a pensar de esa manera, sólo podrían haber pasado dos cosas: o el compromiso político es demasiado grande o nos hemos acostumbrado tanto a la guerra que perdimos la capacidad de asombro, y lo que importa ya no está en el corazón sino en la cabeza y el bolsillo. Ruego por que sea lo primero.

Pero pasemos de la decisión, supongamos con algo de esperanza que el corazón que tomó la foto no haya sido el de una fotógrafa, sino el de una activista con habilidad para la cámara. Una vez hemos capturado el cuadro, ¿qué hemos de hacer con él? ¿Publicarlo o no publicarlo? ¿Qué tan responsables somos de lo que suceda a partir de ese momento? Porque la decisión ya se tomó, la foto está guardada pero, ¿qué hacer con ella? Una vez más, lo correcto o incorrecto no reside en la opción que se elija, sino en la manera en que se haga.

Si el caso de Aylan Kurdi sirve para mostrarle a la gente la verdad y el horror de la situación, ¿por qué no hacerlo? ¿Por qué no publicar la fotografía para que todo el mundo pueda verla y sacudirse por dentro? ¿Quién trazó la línea que indica que un niño muerto ya es demasiado? El pequeño Aylan ya está muerto y si podemos valernos de su ejemplo para hacer reaccionar al mundo, entonces hay que tomar la oportunidad. Pero, en realidad, ¿el fin justifica los medios? La exposición del drama de un hombre, el padre de Aylan, ante el mundo, ¿es justificada? Hacerlo revivir su dolor con entrevistas, filmaciones, fotografías y la imagen de su hijo dándole la vuelta al mundo, haciéndole imposible escapar de ella, ¿es realmente necesario para que abramos los ojos? Dolorosamente habría que decir que quizá sí.

Tal vez hemos llegado al punto del hastío respecto al dolor de la guerra y el cinismo de los que ponen en funcionamiento la maquinaria. Tal vez no como individuos, pero como humanidad hemos padecido tanto que nos resulta difícil sorprendernos. Ya sea que vivamos el conflicto desde lejos o esté a un par de casas de la nuestra, se nos ha vuelto tan propio y tan ajeno al mismo tiempo que nos resulta difícil dejarnos afectar. Quizá la línea que indicaba que un niño muerto ya era demasiado, había que cruzarla de manera inevitable.

Pero, ¿con qué derecho decidíamos esto? ¿Qué autoridad tenían la mujer que tomó la fotografía, los periódicos y los demás medios de comunicación para bombardearnos con las imágenes del pequeño muerto sobre la arena? Posiblemente ninguna, pero las cosas han dejado de ser cuestión de derecho o autoridad. Hemos llegado al punto donde, aparentemente, se vale el todo por el todo, donde necesitamos aferrarnos a cualquier tipo de cuerda que se nos lance para recordar de qué se trata realmente ser humanos, para no olvidar que el mundo es más que un conjunto de individuos y que el dolor ajeno puede ser el propio.

Sin embargo, tampoco podemos limitarnos a mostrar al pequeño sin vida en la playa. No podemos sacudirnos la responsabilidad y entregarle al mundo algo tan cargado de significado como aquello y decirles: ahí tienen, lo demás depende de ustedes. A pesar de que la fuerza de una imagen sea mayor a la fuerza de mil palabras, no quiere decir que ésta sola valga más que las mil que podrían haberla acompañado. Haber cruzado la línea significa haberse comprometido con todo lo que aquello significa. Cruzar la línea y que valga la pena significa hacerlo con respeto y responsablemente. No basta con entregar una imagen al mundo, hay que hablar de ello, hay que hacerse oír, hay que obligar a entender. No sólo hay que sacudir el corazón, sino también la cabeza. No es suficiente dolerse por lo que sucede, hay que preguntarse por ello, hay que hacer algo más que sentirse impotente y abrumado.

Es cierto, los días van pasando y la novedad se va agotando. Nos vamos olvidando lentamente de lo que no nos afecta personalmente, le damos la espalda a lo que se ha convertido en el día a día del mundo en el que vivimos y nada va a cambiar que Aylan Kurdi sigue muerto.

Sin embargo, cuando Pablo Picasso pintó el Guernica, no salvó a ninguno de aquellos hombres que murieron carbonizados. El dolor plasmado en su obra no hizo que los muertos dejaran de estarlo, ni que quienes los perdieron se sintiesen menos desolados. Ni Picasso ni el Guernica obraron milagros. Sin embargo, la existencia de aquella pieza era necesaria, porque no había otra manera de comunicar el horror tan grande que se había vivido entonces y, aunque en Guernica todo continuaba estando en silencio, al menos a su alrededor ya no lo estaba tanto.